El camino de
tierra era resbaladizo y la mountain bike se deslizaba peligrosamente rozando
la perdida de equilibrio. Eva pedaleaba con fuerza equipada con su chándal gris
que moldeaba su elegante y colgando a su espalda una mochila nike oscura donde
guardaba su última adquisición, la cámara fotográfica Pentax que era la primera
vez que estrenaba. Eva era aficionada a la fotografía, siempre quería la mejor
forma de sacar la imagen con la mejor nitidez posible, sus padres le había
regalado aquella cámara y no era la primera que tenía, por sus buenas notas en
bachillerato y quería estrenarla para disfrutar al llegar a casa de colores y
sensaciones que obtenía al verlas en la pantalla de su portátil.
Dejó la
bicicleta plateada tirada en el suelo a la sombra de un árbol, y continuó a pié
por el sendero lleno de ramas secas y hojas que se movían por cortas ráfagas de
viento. Eva se detuvo para hacer su primera fotografía, una esplendida
margarita de blancos pétalos.
-Sonríe
preciosa-dijo ella.
Acercó el
objetivo en forma manual y disparó varias veces sin flash, la cámara era capaz
de recoger la luz ambiental. Al lado un pájaro se detuvo para picotear una rama
seca, se mantuvo quieto hasta que escuchó el click y voló por encima de los
árboles.
Estaba muy cerca
un riachuelo donde ella solía ir con sus padres en verano, era un lugar
encantador, en plena naturaleza, donde el agua fluía por todos los poros de las
rocas cercanas al agua, al recordarlo sacó de su mochila una botella de agua
que bebió con ganas. Prosiguió bajando por la montaña, la colina era un manto
verde con un frescor que llenaba los pulmones a plenitud.
En una de las
partes más tranquilas donde las montañas rodeaban una explanada pastaban unos
caballos solitarios, preparando la cámara para plasmar a esos animales que
trotaban con garbo y alegría, se acariciaban entre ellos jugaban soltando la
mata de pelo que ondeaban al paso. Entonces escuchó una voz lejana que parecía
una queja, la voz procedía de entre los árboles pasando la explanada. Con aire
de querer saber de donde procedía lo que estaba escuchando, se fue
introduciendo bajo las sombras de los árboles, y entonces encontró el foco de
la voz que a lo lejos había oído, un chico joven de unos veinte años, era
golpeado por otros dos, lo hacían con fuerza sobre su cara, y el estómago. Eva
se tumbó en el suelo utilizando de colchón las viejas hojas desechadas, y sin
perder el tiempo apuntó con el objetivo capturando las imágenes una a una. El
chico sangraba abundantemente por la nariz, tenía el aspecto desencajado por el
miedo, los otros le miraban con asco y de hecho uno de ellos le escupió en
plena cara.
-Tú crees que
llamando por teléfono a mi chica para no sé qué ibas a salir de rositas como si
nada ¿Verdad?- admitió uno de los chicos.
Se notaba lo
engreído que era el chico, por su forma de hablar y moverse, una persona altiva
y desconsiderada, miraba con odio y asco con sus ojos oscuros como seguramente
era su corazón.
El otro muchacho
parecía tranquilo, tenía el aspecto de un muñeco de cera, a penas gesticulaba,
era como un robot a las ordenes del otro.
-¿Por qué has
llamado a mi chica?- le preguntaba.
El chaval con
los labios hinchados por los golpes que le habían asestado movía los labios
temblorosamente sin decir nada, eso enfurecía al violento joven que se levantó
la camiseta azul marino que vestía enseñando sus marcados músculos abdominales
que tocó con delicadeza pasándose los dedos por cada uno de ellos dibujándolos
con el dedo índice.
-¿Ves esto? Esto
le encanta a mi chica, esto que ves es fruto de mucho trabajo en el gimnasio, y
por lo que noto tú estás fofo, porque eres basura, ¿me entiendes?
Lo agarró del
cuello y remarcó las palabras una vez más mirándolo fijamente a sus asustados
ojos.
-Ba-su-ra.
Los lanzó hacia atrás cayendo de espaldas
contra la hierba.
Eva no paraba de
fotografiar asombrada por lo que estaba presenciando no muy lejos.
El muchacho
ahora le pateó el costado y sacó una pistola de la parte posterior de la
cintura y disparó contra el chaval que estaba en el suelo descargándole hasta
cinco proyectiles en su cuerpo, el último disparo lo dirigió hacia su cabeza.
-Qué asco de
tío-susurró.
Eva estaba
desencajada por lo que acababa de ver y fotografiar, se tapó la boca para no
gritar, y se encogió entre la maraña de hojas, no quiso asomar la cabeza y
comenzó a arrastrarse despacio para correr llanura abajo.
Eva temblaba, quería salir de allí como fuese,
entonces el móvil comenzó a sonar, alguien la llamaba en un momento inoportuno
como era aquel. Quiso callarlo poniendo la mano en el bolsillo para amortiguar
la musiquilla alegre que no acompañaba al ambiente.
Los otros dos
que estaban arrastrando el cuerpo para
esconderlo debajo de unos matorrales, escucharon el sonido.
-¿Qué es eso? –preguntó
sujetando aun la pistola en la mano.
El pelo rubio y
rizado de Eva asomó entre lo verde y ellos lo vieron a la perfección.
-¿Pero…quien
mierda es esa tía?-apuntó con la pistola.
El otro chico le
apartó la pistola.
-No hagas más
tonterías.
-¿Y qué quieres
que vaya por ahí contándole a todo el mundo lo que ha visto?
-¡Vamos a por
ella!-exclamó el otro.
La chica corría con
todas sus fuerzas, agradeció su costumbre de ejercitar su cuerpo todos los días
corriendo por el paseo marítimo mientras escuchaba el mar y planeaban las
gaviotas sobre su cabeza. Su corazón estaba al máximo de potencia, enviando
sangre a sus necesitados músculos y pulmones. La cámara y la mochila le
pesaban, por un momento se le cruzó la idea de tirar todo para correr más, pero
no era aceptable ese chispazo neuronal.
El camino hasta
la bicicleta se le estaba haciendo largo, y ya sintió la presencia de los otros
a su espalda.
-¡Dispárale!¡Dispárale!
No lo hizo, pero
si corrió apretando el paso.
Ahora todas las
buenas imágenes que antes había disfrutado, ahora pasaban de prisa, se hacían
pesadas y eternas, y no parecían tener ese deleite anterior. Eva estaba agotada
y las piernas empezaban a flaquearle, le dolían los gemelos y aductores algo
que fue aguantando como pudo, pero el latigazo de un calambre a lo largo de la
tibia, le tumbó en el suelo sin poder aguantarlo. Era horrible, pero no dudó en
rodar montaña abajo para seguir el cauce del río. Las piedras y ramas se
clavaban en su cuerpo causándole dolor añadido al que ya tenía. Los
perseguidores no dudaron en lanzarse también por la colina, frenaban con las
zapatillas derrapando con las suelas mientras bajaban.
La pistola se le
escapó de la mano y al girarse para atraparla la pierna se introdujo en un
agujero, el chasquido del menisco saliéndose de su sitio fue escalofriante. Se
derribó en el suelo con la rodilla colgándole como un trapo, la mandíbula no
tenía capacidad de apertura para sacar el grito causado por el daño.
Su compañero se
detuvo para auxiliarle, mientras la chica escapaba por el camino paralelo a la
corriente del río.
Eva cojeaba al
lado de la corriente de agua, ya no corría porque no podía. Pensó rodear la
montaña para ir a buscar su mountain bike, pero sería como volver y correr el
riesgo de encontrarse con aquellos dos. Sabía que el sendero terminaba cerca de
una carretera de tierra donde pasaban los habitantes de las casas rurales cercanas.
Personas que preferían vivir en el campo por saber que es sano respirar aire
puro, algunos jubilados cuidaban de sus pocos animales por entretenimiento, y
había gente que no sabía vivir en otro sitio que ni fuera ese, apartados de
ruidos, estrés y algo de locura colectiva.
Eva ahora se
atrevió a mirar al camino que había dejado a la espalda, no había nadie y eso
le alegró. Cuando llegó a la carretera encontró a un hombre mayor que conducía
una vieja camioneta, Eva la detuvo haciendo gestos con los brazos.
Se detuvo con
dificultad, con una chirriada de frenos que molestaba a los oídos. La carcasa
del vehículo se balanceaba demostrando falta de estabilidad. El hombre con la
mirada desencajada no la esperó aparecer de la nada, por eso los pequeños y hundidos
ojos se pusieron en alerta al ver la sombra aparecer. La chica no dudo en
pedirle ayuda una y otra vez mientras le cogía del brazo que asomaba por la
ventana. La miraba estupefacto, tocándose su pelo gris. Sus cejas pobladas del
mismo color ocultaban la mirada de asombro queriendo guardar la compostura para
que la chica se tranquilizara.
-Está bien, sube
y te llevaré a casa- dijo el hombre con la voz cascada- pero primero tengo que
llevarle a mi señora las medicinas, ella sufre del corazón y esta tarde se
quedó sin ellas, pensábamos que tendría más en el cajón de la mesita de noche,
pero no era así, y claro su mala cabeza junto con la mía han hecho que con toda
la prisa bajase a la ciudad para buscarle el tratamiento que necesita para
seguir viviendo.
Era como una
metralleta llena de palabras, su forma de hablar era rápida y algo difícil de
entender, pero Eva asintió deseando que el simpático abuelo le prestara la
ayuda necesaria.
Ahora los chicos
estaban sentados sobre un montículo de tierra seca, esperando que el dolor
fuera menos intenso. Las lágrimas recorrían sus huesudas mejillas, mordiendo
con ira su lengua sin la suficiente presión para hacerse daño.
-Déjame el
móvil- indicó el dolorido chaval.
-No tengo a
penas saldo….
-¡Que me lo
dejes!-gritó mientras cerraba el puño amenazante- quiero llamar a mi padre.
La brisa
primaveral le removió el cabello peinado a lo tazón. Mientras marcaba el número
en el móvil recibió otra descarga de dolor que le hizo maldecir con voz al
cuello.
La línea de
teléfono daba cortos tonos, antes de eso una voz había comunicado que el saldo
estaba a punto de agotarse, una señorita de tono mecánico que también dio las
señas en ingles.
-¿Quién es?-dijo
una voz robusta al otro lado de la línea.
-Papá, soy yo
Gonzalo, y…
-¿Qué te pasa?-
cortó bruscamente.
-Papá, estoy
metido en un buen lío-comenzó a llorar intentando conmover el corazón duro de
su progenitor.
Su padre, una
persona sebera y cruel con la familia, con actitud militarizada no se andaba
con chiquitas con los asuntos de los suyos, era una protección enfermiza, pero
era reversible, exigía a los de su alrededor perfección sin un no por
respuesta, la mano dura pendía como la espada de Damocles.
-¿Qué haces
llorando? Si te escuchara alguien me pondrías en evidencia. Llegaré tarde a
casa, espérame en el sillón de la salita.
-Necesito que
vengas a por mí, tengo mal la rodilla y tendré que ir al hospital.
-Tengo mucho
trabajo-la expresión de voz fue grave y profunda- coge un taxi.
-Papá, esperaba
que vinieras a por mí- volvió a llorar.
La línea al otro
lado se quedó en blanco, el silencio se hizo evidente, el padre había colgado.
Al chico le
desaparecieron los sollozos y con las manos se limpió la cara, estaba tan
enfadado que le lanzó el móvil al amigo como si fuera una pelota de beisbol.